Y la presidenta se tuvo que volver de El Calafate a Olivos, nomás. Cuando ya nadie duda que la crisis ha llegado para quedarse, como ocurre hoy en nuestro país, no hay piloto automático que valga. Menos aún si un alto funcionario anuncia una medida y al poco rato otro alto funcionario la desmiente. Sin embargo, y más allá de las contradicciones que seguirán, el gobierno nacional ha elegido un rumbo a seguir. Sea una transición al 2015 como kirchnerismo reciclado o sea el fin de ciclo definitivo, todo indica que la decisión del oficialismo nacional es enfilar hacia la derecha, tanto en el plano económico como en el político.
El flamante “acuerdo de precios” es apenas el celofán de color para envolver una inflación creciente, que viene arrasando con el poder adquisitivo de los salarios, las jubilaciones y los planes sociales. Y la puedan imponer o no, la política de techos salariales, ajustes presupuestarios, recomposición con los organismos internacionales y pago de la deuda externa ilegítima no es precisamente progresista. A su vez, el ascenso de un ex represor como Milani al mando del Ejército aparece como una amenazadora respuesta al seguro incremento de la conflictividad social que se avecina.
Por el lado de la oposición política capitalista, no hay demasiadas sorpresas en el horizonte. Las fuerzas de la llamada centroizquierda, con Binner, Carrió, UNEN y la UCR, hilvanan trabajosamente un armado presidencial. Por la derecha, Massa y bastante más atrás Macri siguen procurando darle entidad nacional a sus propias construcciones. No obstante, ninguna de esas dos alas simétricas y complementarias tiene algún plan económico distinto para ofrecer. Es que ante la crisis capitalista, no tienen diferencias sustantivas con el modelo del gobierno nacional.
Pero el problema es bastante más profundo que la ausencia circunstancial de una alternativa que garantice la gobernabilidad del sistema. El régimen político argentino, sacudido de raíz en aquel diciembre de 2001 y luego emparchado, nunca se recompuso del todo. El reciente e inédito conflicto policial, que además rompió el tope salarial pretendido por el gobierno para las paritarias generales, es una clara expresión de esa crisis global del régimen.
De alguna manera, en estos años de bonanza económica el gobierno K pudo “congelar” el proceso de lucha por cambios de fondo. Pero como la famosa “década ganada” no se aprovechó para resolver los problemas estructurales, éstos resurgen a diario. Por eso al calor de la crisis habrá nuevos cambios bruscos y se acercará la hipótesis de un nuevo argentinazo -o una rebelión popular similar- que replantee la cuestión del poder político.
A las corrientes de izquierda, entonces, la realidad nos pone ante grandes desafíos. En primer lugar, la unidad de acción para fortalecer las luchas sociales cotidianas. Pero a partir de los buenos resultados electorales de octubre pasado, se abre otra posibilidad superior: la de ser alternativa de gobierno. Este es un hecho nuevo, que permitiría abrir un rumbo antiimperialista y anticapitalista en el país.
Para responder a ese reto sería clave lograr la unidad política del conjunto de la izquierda, sin autobombos ni sectarismos. Por eso proponemos una nueva izquierda; una renovación programática y metodológica. Y como todas las fuerzas del sistema ya se preparan de cara al 2015, desde el MST llamamos a toda la izquierda política y social a formar un frente amplio en base a un programa por cambios de fondo y a dirimir la fórmula presidencial y todas las candidaturas en una gran interna. A esa perspectiva apostamos.