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Acaba de concluir el 17º Congreso Mundial del Secretariado Unificado (SU) de la Cuarta Internacional. Tuvo lugar en Bélgica, del 24 de febrero al 2 de marzo. Participé en representación del MST como observador, estatus que tenemos desde 2012. Entre secciones oficiales, simpatizantes, observadores e invitados participaron compañerxs de unos 40 países. La dirección saliente presentó cuatro extensos documentos. Hubo dos textos alternativos presentados por compañerxs de distintos países. Por amplia mayoría se aprobaron los de la dirección. Desde estas páginas queremos socializar las opiniones que llevamos al Congreso.

Aunque compartimos mucha de la información y algunas definiciones de los documentos mayoritarios, como tenemos diferencias en aspectos globales con todos ellos, vamos a desarrollarlas en este artículo. Lo hacemos con un espíritu constructivo y al servicio de ayudar al desarrollo permanente del debate y la elaboración colectiva.

Visiones diferentes sobre los ’90

Nuestras diferencias exceden el marco de este Congreso. Muchas parten de las distintas miradas que tenemos sobre el mundo que sobrevino a la caída de la Unión Soviética en los años ’90.
Los compañeros opinan que «desde comienzos de los años 1990, el hundimiento de la URSS y de los países del Este, combinado a la globalización capitalista neoliberal, ha cerrado un ciclo histórico y ha inaugurado uno nuevo. «Nueva época, nuevo programa, nuevo partido»: este tríptico debía constituir el marco de una reflexión sobre el nuevo período histórico.»1.

Es evidente que los acontecimientos de la década del ’90 provocaron cambios enormes. Pero significaron un cambio de etapa, no de época. Estamos convencidos de que seguimos en la misma época revolucionaría de crisis, guerras y revoluciones que se abrió a principios del siglo XX. La época reformista, donde el capitalismo todavía tenía algo para ofrecer, murió con la I Guerra Mundial y no volverá. Por eso sigue estando planteada la necesidad imperiosa de la revolución socialista.
La restauración capitalista en el tercio del planeta donde la burguesía había sido expropiada y la contrarrevolución económica que la ofensiva neoliberal descargó sobre los trabajadores del mundo entero no lograron abrir paso a un nuevo período de prosperidad capitalista y desarrollo sostenido de las fuerzas productivas. Por eso no podemos hablar de «nueva época».

El derrumbe de la economía mundial que se produjo en el 2008 terminó con las ilusiones de los que pronosticaron el triunfo definitivo del sistema capitalista. La resistencia de los trabajadores y demás explotados a los planes neoliberales; la crisis de los regímenes políticos, partidos y direcciones tradicionales que impulsaron dichos planes, y las revoluciones que se sucedieron en Latinoamérica y Medio Oriente en este nuevo siglo, son una demostración de que en los ’90 no se produjo una derrota de tal magnitud en la clase obrera que bloqueó toda perspectiva socialista en el futuro, imponiendo por décadas o más una correlación de fuerzas completamente favorable a los intereses de los explotadores, como creen los compañeros.

Una etapa contradictoria

En realidad, en los estados que dirigía, el estalinismo había destruido hacía ya muchísimo tiempo las conquistas logradas con la revolución e impuesto un régimen dictatorial que, a las penurias económicas, le sumaba la represión constante y la falta de mínimas libertades democráticas. No fue una contrarrevolución triunfante lo que abrió paso a la restauración capitalista, sino una revolución democrática tras otra lo que terminó con el dominio del estalinismo en un tercio del planeta. Las confusiones en la conciencia que significaron esas décadas de dictadura estalinista y la ausencia de una dirección revolucionaria con peso de masas y reconocida a nivel internacional impidió capitalizar esa energía, evitar la restauración y direccionar el accionar de los trabajadores hacia un régimen de democracia obrera.
La complejidad de la situación explica que la nueva etapa mundial que se abrió en los ’90 tuviera un signo contradictorio: por un lado positivo, por el logro extraordinario que significó terminar con el aparato contrarrevolucionario más nefasto que conoció la humanidad, el estalinismo; y por el otro lado negativo, porque el costo que se pagó fue altísimo: la restauración capitalista y el derrumbe en cadena de los estados obreros burocratizados.

La caída del estalinismo hizo estallar el orden mundial surgido de la II Guerra Mundial, orden que hasta la fecha el imperialismo no ha podido volver a estabilizar.
Desde entonces asistimos a una situación internacional de fuerte polarización, con fenómenos de todo tipo, tanto hacia la derecha como hacia la izquierda. Con cada vez menos espacio para los grises términos medios. Y aunque siguen existiendo dificultades y un gran atraso en la conciencia, muchas confusiones tienden lentamente a disiparse y cada día crecen las oportunidades para construir alternativas anticapitalistas amplias y también partidos revolucionarios. Lo que sigue siendo determinante frente a estas tareas es la actitud que tomemos los revolucionarios.

Programa y partido

Lógicamente, nuestra caracterización de que la época en la que estamos inmersos sigue siendo revolucionaria tiene una relación directa con el programa y el tipo de partido que es necesario construir. Por eso discrepamos también con que haya que cambiar el programa y construir un nuevo tipo de partido, como proponen desde hace años los compañeros del SU.
Nosotros seguimos sosteniendo que la Teoría de la Revolución Permanente y el Programa de Transición y su método, más allá de las actualizaciones que fue necesario hacer con el correr de los años para responder a los nuevos fenómenos que se vinieron produciendo, siguen estando vigentes.

Las condiciones objetivas, materiales, económicas, para el tránsito del capitalismo al socialismo siguen estando más que maduras desde hace un siglo. «La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria» (León Trotsky, Programa de Transición). Por eso se hace imprescindible no renunciar a construir la única herramienta política capaz de combatir y derrotar a las direcciones traidoras al interior del movimiento obrero, darle impulso a la movilización permanente y a los nuevos organismos de autodeterminación democráticos que surjan en las crisis revolucionarias y disputarle el poder a la burguesía. Esa herramienta tiene nombre y apellido: partido revolucionario, de combate, leninista, formado por militantes profesionales y en el centralismo democrático.
Desde ya que este partido no tiene nada que ver con la caricatura grotesca y burocrática que impulsó el estalinismo y que ha impregnado incluso a algunas corrientes que se reclaman del trotskismo. Defendemos la más amplia democracia interna, el derecho a organizarse en tendencias y fracciones, y formamos a nuestros cuadros y militantes contra el dogmatismo y en la obligación de pensar y repensar libremente.

Partidos amplios versus partidos revolucionarios

Los compañeros del SU desde hace varios congresos mundiales vienen proponiendo la misma orientación. Para ellos, la estrategia de la «nueva época» pasa por impulsar y ser parte en todos lados de partidos anticapitalistas amplios con sectores reformistas y no la construcción de partidos leninistas.
Discrepamos con esta visión. Como ya hemos explicado, nuestra estrategia sigue siendo la construcción de partidos revolucionarios y para lograr que los mismos ganen influencia en franjas de masas, consideramos muy importante tener todo tipo de tácticas unitarias, entre ellas el impulso de partidos anticapitalistas amplios allí donde se den condiciones para su existencia, siendo conscientes de los límites de ese tipo de herramientas.
Este fue tal vez el debate más importante del Congreso, porque en él se resumieron todos los demás.

Varios compañeros de distintos países intervinieron criticando esta orientación de la dirección y defendiendo la necesidad de no abandonar la estrategia de construcción de partidos revolucionarios.

La estrategia que defiende la dirección del SU

La resolución que votó el anterior Congreso Mundial decía lo siguiente: «La ambición es la creación de partidos anticapitalistas amplios. No se trata de retomar las viejas fórmulas de los reagrupamientos de revolucionarios. El objetivo es atraer fuerzas más allá de las estrictamente revolucionarias. Estas pueden ser un apoyo en el proceso de recomposición siempre y cuando estén claramente a favor de construir partidos anticapitalistas».

Más adelante, la misma resolución daba trazos gruesos de la relación que tendrían los nuevos partidos amplios y las organizaciones de la Cuarta: «En términos generales, una vez se hayan dado pasos concretos hacia nuevos partidos, hemos propuesto que el nuevo amplio partido anticapitalista funcione con el derecho de tendencia y corriente, y que los partidarios de la Cuarta Internacional en estos nuevos partidos se organicen del modo a decidirse, de acuerdo a la situación concreta de cada partido. Nuestros camaradas portugueses en el Bloco de Esquerda, nuestros camaradas daneses en la Alianza Rojo-Verde, nuestros camaradas brasileños en el PSOL, están organizados, de formas particulares, como corriente de la Cuarta Internacional o como corriente de lucha de clase junto a otras tendencias políticas».
Esta desjerarquización de las tareas de construcción de la propia organización y una serie de errores políticos han llevado a retrocesos y crisis importantes en muchas secciones de la Cuarta (SU). Para dar un ejemplo reciente, la debilidad que se desprende de la desjerarquización de la propia construcción ha llevado en Brasil a que ante el debate sobre cómo ubicarse en torno a la candidatura de Lula, la organización de la Cuarta estallara en cuatro grupos.

En el documento titulado «Hacia una resolución sobre Papel y Tareas» presentado y votado mayoritariamente en este Congreso se profundiza en esta orientación. Allí se vuelve a dejar en claro que la estrategia no es la construcción de partidos revolucionarios y así explican la razón que los ha llevado a ello: «Ya que decimos que la naturaleza del instrumento político evoluciona necesariamente con la situación, sabemos que cuando la revolución esté en el horizonte vamos a necesitar un partido capaz de entender y aprovechar esa oportunidad. No obstante, sabemos que proclamar el partido revolucionario hoy, en la mayoría de los casos, no necesariamente nos permite cumplir con el requisito que tenemos de que sea útil para la lucha de clases».

Es importante desmenuzar todas las ideas que se esconden en esta frase.
Por un lado se dice que no es útil construir «el partido revolucionario hoy» porque «la revolución» ha dejado de estar planteada en «el horizonte». Ya hemos explicado por qué consideramos completamente equivocado este análisis.
Sigamos analizando la frase: «sabemos que cuando la revolución esté en el horizonte vamos a necesitar un partido…» Los compañeros tendrían que explicar entonces cámo van a hacer para construir rápidamente un partido «que sea capaz de entender y aprovechar esa oportunidad» cuando «la revolución esté en el horizonte», teniendo en cuenta que la historia ha demostrado hasta el cansancio que la construcción de un partido y una dirección revolucionaria no se pueden improvisar y que lleva varios años de actividad lograr la madurez que se necesita para actuar cuando se presenta una crisis revolucionaria.

Un ejemplo categórico del abandono consciente de la construcción del partido revolucionario la podemos ver en Francia. En el 2009, cuando los compañeros fundaron el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), agrupamiento amplio que nosotros acompañamos entusiastamente, disolvieron al mismo tiempo su partido, la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), el más importante de su Internacional, y comenzaron a partir de ese momento un espiral de crisis que les ha hecho perder la mayoría de sus dirigentes y militantes, naufragar el proyecto de partido amplio y paralizar su organización internacional. Lamentablemente no han sacado hasta ahora ninguna conclusión de este error, a nuestro juicio garrafal, que ha confirmado categóricamente que sin partido revolucionario no sólo no se puede disputar el poder, sino que ni siquiera se puede garantizar el desarrollo de un agrupamiento amplio propuesto y dirigido por uno mismo.
Estas posiciones reflejan una corriente de pensamiento mundial que va más allá de los compañeros del SU. Por eso tienen muchos puntos de contacto con algunas de las posiciones que han ido elaborando nuestros compañeros del MES de Brasil con las que venimos polemizando desde hace un tiempo.

Táctica y estrategia

La debacle del estalinismo a partir de la caída de la URSS, la crisis terminal de la socialdemocracia por su rol activo a favor de las políticas neoliberales, el fracaso de los gobiernos nacionalistas de este nuevo siglo y la contrarrevolución económica que desde hace años vienen descargando los gobiernos sobre los trabajadores, a lo que debemos sumar la debilidad del trotskismo, han generado nuevos fenómenos políticos a partir de reagrupamientos amplios difusamente antiimperialistas y anticapitalistas. A pesar de las limitaciones de estos espacios y el carácter pequeñoburgués y no revolucionario de las direcciones de estos procesos, consideramos un error sectario, común en algunas organizaciones que se reclaman también del trotskismo, negarse por principio a participar de estas experiencias y disputar durante un tiempo, desde dentro de las mismas, a los trabajadores y jóvenes que se sienten atraídos por ellas.

Concretamente, no consideramos que sea incorrecta la táctica de ser parte durante un tiempo de Podemos en España, del Bloque de Izquierda en Portugal, de Die Linke en Alemania o incluso de Syriza en sus inicios, para intentar construir fuertes corrientes revolucionarias al interior de estas construcciones amplias. Lo que no es correcto es hacerle seguidismo a las direcciones reformistas de esos procesos y abandonar la estrategia de construcción del partido revolucionario o disolverse en esos agrupamientos.
Aunque no hay un modelo y las alternativas que han surgido no son iguales de país a país, lo mismo podemos decir sobre participar de la construcción del PSOL en Brasil, o de la política que llevó adelante Marea Socialista en Venezuela al interior del PSUV o de intentar tener una política hacia fenómenos como el Frente Amplio en Chile o el Movimiento Nuevo Perú.
Hay muchos sectores que rechazan tener tácticas amplias hacia este tipo de fenómenos, como es el caso en nuestro país de organizaciones como las que se nuclean en el FIT o el MAS.
En esta etapa, en diversos países no será posible lograr avances cualitativos en nuestra construcción o llegado el caso disputar influencia de masas, sin tener políticas y tácticas amplias hacia los nuevos fenómenos políticos que surgen. Esto no niega que, en determinadas realidades nacionales, la táctica privilegiada pueda ser la unidad del trotskismo o de la izquierda radical. En la Argentina, por ejemplo, hoy la unidad que sería necesaria y que no se da por responsabilidad de las corrientes sectarias, es la unidad del FIT e Izquierda al Frente, llamando a sumarse al resto de la izquierda orgánica, independiente y social.

Más sobre nuestra estrategia

Los compañeros del MES de Brasil también han escrito para este Congreso Mundial. Hablando de las alternativas amplias, nos dicen que «es un grave error el que comete la izquierda sectaria que ya definió que el signo es la adaptación, o sea la conciliación de clases. Esta falsa conclusión lleva al combate de estos ya sea desde afuera o haciendo una política ‘entrista’ dentro de los mismos. Las dos son políticas equivocadas que aíslan a corrientes revolucionarias de los procesos objetivos hacia una consciencia de clase revolucionaria para los trabajadores.
«Estos procesos son un lugar fundamental para avanzar hacia ello. Y por eso es necesario ser parte de ellos, parte constructora de los mismos defendiendo en su interior un programa antiimperialista, anticapitalista y su democracia interna. O sea que hay una disputa en su interior.
«El resultado no está predeterminado (como dice el sector sectario de la izquierda); dependerá no solo de las intenciones de los dirigentes, sino también de la situación de la lucha de clases que impulse movilizaciones como está ocurriendo en Perú y que en su interior se organice y desarrolle la izquierda anticapitalista.»

Consideramos completamente equivocado todo este encuadre. Una cosa es estar de acuerdo con impulsar alternativas amplias, incluso cuando son difusamente anticapitalistas como la mayoría de las experiencias que se han dado estos años, y otra cosa es no ver sus limitaciones, como lamentablemente hacen los compañeros. No todas las alternativas amplias que han surgido son iguales, aunque todas tienen a corrientes reformistas al frente. Son alternativas esencialmente electorales y con programas limitados. Hasta ahora, la dinámica de casi todas estas experiencias ha sido a una mayor adaptación al régimen en la medida que más crecían sus chances de disputar intendencias, gobernaciones o la presidencia, transformándose en «administradores de izquierda» del Estado burgués municipal, estadual o nacional cuando llegaron a algún cargo ejecutivo.
La máxima expresión de esto que decimos es la traición de Syriza una vez que llegó al gobierno en Grecia. Y en España, Podemos le acaba de claudicar al régimen monárquico surgido de la Constitución franquista del ’78, dándole la espalda a la movilización independentista de masas que sacudió a Cataluña; y de llegar al gobierno, muy probablemente se asemejaría a Syriza. Algo similar sucedería seguramente con el Bloque de Izquierda en Portugal. Ya hemos visto la dinámica que fue adquiriendo con el tiempo Die Linke en Alemania, que en las últimas elecciones llegó al colmo de ponerse a la derecha de Merkel en relación al asilo para los refugiados.

Ninguna de las alternativas amplias que han surgido en Europa, Latinoamérica y otras regiones están exentas de dinámicas parecidas por el carácter de clase pequeñoburgués de las direcciones mayoritarias, sus limitaciones programáticas y la estrategia electoralista que explica su existencia. Esto no tiene nada que ver con sectarismo: es realidad pura y dura. No armarse en la transitoriedad de este tipo de herramientas preanuncia o bien la desmoralización de los sectores revolucionarios ante giros bruscos como el que dio Tsipras o la adaptación al nuevo curso reaccionario.

Utilizando el ejemplo del tren que se detiene en varias estaciones hasta llegar a la última, que para nosotros es la revolución socialista internacional, podemos decir que es un hecho que este tipo de alternativas jugarán un papel progresivo hasta un determinado punto del camino y luego lo más probable es que cambien de carácter hasta volverse reaccionarias. Es por ello que es importante tener claridad de que más temprano que tarde nuestro programa entrará en contradicción con la dinámica que tomarán los componentes más reformistas y que este tipo de construcciones o bien estallarán o tendremos que romper con ellas. De lo que se trata es de aprovechar las oportunidades que se nos presentarán antes, durante y después para fortalecer a nuestra organización revolucionaria.
Es por todo esto que tenemos que tener claridad de que no está planteado para nosotros ser parte de un futuro gobierno de este tipo de organizaciones. Nuestra estrategia sigue estando ligada al impulso de la movilización y la construcción del partido revolucionario con influencia de masas para disputar el poder en las fábricas y en las calles, aprovechando todas las oportunidades para avanzar en este sentido.

Esperamos que este debate sirva a la formación y politización de las nuevas camadas de luchadoras y luchadores que en todo el mundo, pese a las dificultades, siguen adelante dándole batalla al sistema capitalista y soñando con un mundo socialista.

Alejandro Bodart

1 De la LCR al NPA, 15/12/08, firmada por los principales dirigentes del SU


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