Estamos asistiendo a fenómenos de magnitudes inconmensurables. La mitad de la humanidad se encuentra en cuarentena, afectada por un virus que amenaza cobrarse millones de víctimas. La crisis económica que se ha desatado puede convertirse en la peor de los últimos 90 años. Nada será igual que antes. Los socialistas revolucionarios debemos prepararnos para lo que vendrá.
Al 31 de marzo los infectados por el COVID-19 ascienden a 900.000 y los muertos a 50 mil. Son datos parciales, porque debido a la insuficiencia de testeos y la política de varios gobiernos de no contar las muertes en casas particulares y asilos de ancianos, los cálculos más conservadores hablan de que los contagios pueden superar en hasta 10 veces los que se informan y las muertes ser muchísimas más.
Solo en Italia un estudio del Imperial College de Londres informa que en realidad ya existen 6 millones de personas contagiadas, el 10% de la población, y no 100 mil como informan las autoridades.
Países y ciudades que han sido durante décadas símbolos del “primer mundo” y la superioridad imperialista como Nueva York, Roma, Madrid o París se llenan de enfermos y cadáveres. Con sus sistemas de salud colapsados y sus ciudadanos aterrorizados. Sin posibilidad de detectar a tiempo a los infectados, sin personal, ni camas y respiradores suficientes, eligiendo a quién atender y a quién dejar morir.
En Irán el virus avanza sin control, mientras el bloqueo imperialista impide la entrada de insumos imprescindibles para atacar la enfermedad. En la India millones de trabajadores que se han quedado sin empleo y viven en condiciones infrahumanas huyen a pie de las ciudades hacia sus aldeas para tratar de evitar el contagio. Ya existen 186 países afectados y en pocos días más no quedará ninguno sin enfermos y víctimas fatales.
Avanzado el siglo XXI, la falta de recursos sanitarios a nivel global ha llevado a que la higiene de manos y las cuarentenas obligatorias en los hogares se transformen en la única herramienta para ralentizar la propagación de la enfermedad. Aunque su cumplimiento es prácticamente imposible entre las poblaciones más pobres de cada país que viven hacinados en viviendas precarias, sin cloacas ni agua corriente. Frank Snowden, experto sobre la historia de las epidemias, en una entrevista para el diario La Nación se pregunta: “¿Cómo pueden lavarse las manos o aislarse en una favela de Río de Janeiro o en las barriadas de la Ciudad de México o de Bombay, o de Sudáfrica?” Lo mismo podríamos preguntarnos sobre las villas y barrios marginados de la Argentina o cualquier país subdesarrollado. Ni qué hablar de cómo harán para no morirse de hambre los millones que trabajan en la informalidad o se han quedado sin empleo y hoy no pueden transitar libremente por las calles.
Pandemia y crisis económica
Desde las esferas del poder se intenta atribuir el estallido de la crisis económica y la recesión a escala planetaria que ha comenzado a la aparición del coronavirus, cuando en realidad la pandemia ha sido el detonante, pero no la causa de una debacle que se anunciaba desde hacia bastante tiempo. La baja del precio del petróleo no es otra cosa que más nafta a un fuego que con la pandemia ya se ha vuelto incontrolable. Estamos en los comienzos de un proceso que puede terminar en una gran depresión similar o superior a la de 1929.
Como en el 2008, asistimos al estallido de una espectacular burbuja financiera que esta vez se combinó con la mayor crisis sanitaria contemporánea que haya sufrido la humanidad. Las recetas económicas del imperialismo estadounidense y europeo ante esta crisis se parecen a las de hace 12 años, pero la magnitud de lo sucedido lo ha obligado a invertir sumas nunca vistas en la historia. Para salvar nuevamente a los bancos y corporaciones y utilizando con cinismo la excusa del virus, han comenzado a implementar rescates estatales multimillonarios. A sabiendas de que lo más probable es que al igual que los rescates del 2008, ante las perspectivas de cada vez menos ganancias en el circuito productivo, nuevamente esos fondos se vuelquen a la especulación y alimenten una nueva crisis en un futuro cercano.
En estos momentos estamos presenciando la paralización de distintas ramas productivas, de industrias y servicios como el turismo y una disminución drástica del comercio internacional. Por eso han comenzado los despidos, las licencias sin paga, las rebajas salariales y las pérdidas completas de ingresos de los trabajadores informales y temporales. Pero esto es sólo el principio. Cuando las cuarentenas se terminen intentarán, como vienen haciendo desde los 90 y profundizaron desde el 2008, que los rescates y la crisis los paguen los trabajadores y pobres del mundo con más pérdidas de empleo, salarios por el suelo, mayores grados de flexibilización y nuevos ajustes en los presupuestos públicos para pagar las deudas.
Ningún gobierno prioriza la salud y la economía de los trabajadores
La actuación a destiempo frente a la pandemia en países como Italia y España y la existencia de gobiernos de derecha como los de Trump y Bolsonaro o el centroizquierdista López Obrador, que en un principio minimizaron la pandemia y se negaron a utilizar las cuarentenas para evitar paralizar la economía, han sido utilizados por otros gobiernos burgueses para diferenciarse y mostrarse sensibles a la gente y no a las ganancias capitalistas.
En realidad, las similitudes entre ambos son más que las diferencias. La salud de la mayoría de la población mundial está comprometida por las reformas estructurales que se llevaron adelante en la última década del siglo pasado y por los constantes ajustes y nuevas privatizaciones que desde el 2008 se intensificaron. El colapso sanitario que estamos presenciando es el resultado de la reducción sistemática de los presupuestos en salud, de la desinversión en ciencia y tecnología, de la escasez de personal y la falta de infraestructura e insumos básicos con la que los países tienen que enfrentar esta catástrofe. Lo mismo podemos decir de la economía de los sectores populares, que desde hace años soportan un ataque tras otro contra su nivel de vida y sus derechos. Y que ahora mismo están siendo los más perjudicados. De la única economía que se preocupan los gobernantes es de la que beneficia al 1% en desmedro del 99% restante.
De esta realidad son responsables los distintos gobiernos capitalistas y los partidos políticos que se han turnado en el poder durante décadas. Todos, sin excepción, han priorizado las ganancias de un puñado cada vez más reducido de superexplotadores por sobre la vida y la naturaleza.
Un giro represivo global
Con la excusa de la crisis sanitaria y la necesidad de garantizar las cuarentenas obligatorias, se ha producido un giro autoritario y represivo de alcance global. Los estados de sitio, toques de queda, prohibición de reuniones, de manifestarse, de circular y la militarización por parte de las distintas fuerzas represivas avanzan en cada vez más países. Todo esto ha incentivado la violencia institucional y las violaciones a los derechos humanos contra los sectores populares.
El objetivo de estas medidas es el disciplinamiento social de los trabajadores y principalmente de la juventud, que viene siendo la vanguardia en las luchas que se desarrollan en todo el mundo. Tienen un carácter preventivo ante las confrontaciones que la actual crisis del sistema capitalista más temprano que tarde va a desarrollar y posiblemente intentarán mantenerlas aun después de superada la pandemia.
Tenemos que denunciar cada atropello y llamar a los trabajadores y la juventud a no dejarse amedrentar. Lejos de delegar en los gobiernos y empresarios las decisiones de nuestro destino, se necesita la participación de todos para responder adecuadamente y poder proteger de manera efectiva nuestras vidas y la de nuestras familias.
Para qué debemos prepararnos
Los acontecimientos que se están produciendo están dejando en evidencia, como hacía décadas no sucedía, la magnitud de la decadencia del sistema capitalista imperialista. La primera gran manifestación de la fragilidad del sistema tuvo lugar en el 2008 e impactó en la lucha de clases, desencadenando importantes fenómenos sociales y políticos. Todo indica que la catástrofe que estamos padeciendo producirá cambios de dimensiones mucho mayores.
La debilidad del imperialismo yanqui ha pegado un nuevo salto, lo que incentivará las disputas con China, que también ha sufrido los efectos de una crisis que la tuvo como protagonista central. El G7 y el G20 brillan por su ausencia. En Europa, epicentro de la tragedia, la crisis de la Unión les ha impedido actuar de manera unificada. En gran cantidad de países los gobiernos provinciales y locales toman medidas que contradicen las de los gobiernos nacionales. Este sálvese quien pueda es una expresión de los nuevos tiempos que nos toca vivir.
Los socialistas revolucionarios tenemos que prepararnos para que las huelgas generales, las rebeliones y revoluciones que hace pocos meses conmovieron al mundo, cuando la pandemia comience a retroceder, se generalicen y extiendan a nuevos países y regiones. Y que la nueva situación que esos procesos abrieron, motorizados por los nuevos acontecimientos, pueda llegar a evolucionar hasta transformarse en una situación pre revolucionaria a nivel mundial.
La conmoción que se está desarrollando en la conciencia de millones al ver las consecuencias de un sistema en su fase de putrefacción, está haciendo que la misma comience a avanzar y los próximos meses pueden ser decisivos para que pegue un salto enorme hacia adelante. Ya estamos viendo cómo se empieza a descascarar el discurso imperante en las últimas décadas sobre las ventajas de lo privado sobre lo público, del mercado sobre el Estado y a crecer el odio hacia los grandes empresarios que rápidamente descargan sobre los trabajadores el peso de la crisis.
Venimos de varios acontecimientos que han despertado la conciencia sobre la necesidad de defender la naturaleza por sobre las ganancias de las corporaciones y ahora se suma la defensa de la salud pública y la vida. La lucha de las mujeres ha hecho evolucionar a franjas enteras hacia posiciones anticapitalistas. Y han comenzado a crecer entre los jóvenes las ideas socialistas, como vemos en los EE.UU. y el Reino Unido.
Todos estos fenómenos se incrementarán en el próximo período. La polarización social y política se profundizará, siendo las tendencias hacia un giro a izquierda y a la rebelión las más probables y dinámicas. Esto no implica desconocer las contradicciones y peligros, así como los elementos contrarrestantes, que nos acompañarán de aquí a la eternidad y confunden casi siempre a los escépticos y pequeño burgueses.
Modelo, partido e internacional
La pandemia y la debacle económica están poniendo a la orden del día aspectos fundamentales de nuestro programa socialista revolucionario y ello nos obliga a desplegar un conjunto de propuestas para dar respuesta a las principales necesidades del momento: test masivos; más camas, respiradores y personal; equipos de seguridad para todos los trabajadores; prohibición de despidos y rebajas salariales; licencias pagas y ayuda social a los cuentapropistas y precarizados. Junto con esto toma gran importancia levantar la nacionalización de laboratorios, clínicas y hospitales privados para integrarlos a un sistema único y público de salud. Y para solventar todo esto, el no pago de las deudas externas y la nacionalización de la banca y el comercio exterior.
Pero al mismo tiempo que agitamos y explicamos estas consignas es imperioso que propagandicemos que hoy más que nunca necesitamos terminar con el capitalismo antes de que sea irreversible la barbarie y pelear por un modelo socialista de sociedad, en donde sean las y los trabajadores organizados democráticamente quienes gobiernen.
Al servicio de estas peleas es que impulsamos la construcción de partidos socialistas revolucionarios en todos los países en donde actuamos y una organización mundial, la Liga Internacional Socialista. Están todas y todos invitados a sumarse.